miércoles, 30 de marzo de 2011

El individualismo y otros males

ANÁLISIS: NUESTRA SOCIEDAD

Ser capaz de tolerar cierto grado de frustración posee un valor adaptativo, sin el cual, las personas pueden sentirse presas de la ira, la depresión y la desilusión, exhibiendo conductas que pueden ir de la obsesión y la compulsión a la agresión y la violencia.

Nelson Riquelme Pereira
MAGISTER EN ORIENTACION EN SALUD MENTAL

Reflexión
El individualismo, el egoísmo, la intolerancia a la frustración y la incapacidad de postergar la gratificación están acabando con la vida familiar y social de los panameños. En efecto, el individualismo caracterizado por la incapacidad de ver la realidad desde otros puntos de vista, la valoración desmedida de sus propios derechos por encima de los ajenos, la poca o nula disposición para ponerse en el lugar de los otros y la incapacidad de pensar en el “nosotros” antes que en el “yo” son las causas primeras de la mayoría de las desavenencias sociales y, hasta, de los conflictos familiares.

El individualismo tiene su expresión concreta en la ética del “juega vivo”. La cual se basa en una exagerada valoración de sus preferencias individuales, las que se colocan delante de las necesidades de las otras personas, unido a un profundo desprecio a los derechos de los demás. La filosofía del individualista, como la de los egoístas, cree en el “yo primero, yo segundo y yo tercero”, pensando que los demás se pueden ir a freír espárragos.

El egoísmo, que se define como “excesivo aprecio que tiene una persona por sí misma, y que le hace atender desmedidamente a su propio interés, sin preocuparse del de los demás”, suele ser la expresión última del individualismo. La persona egoísta se caracteriza por desear ser el centro de atención, no le gusta compartir, prefiere recibir antes que dar, no siente preocupación por los demás, no escucha a otros, carece de empatía, es exigente, impaciente, desconsiderado, poco amable, tacaño, hostil, orgulloso y puede ser abusivo o violento.

Por otro lado, dado que la vida cotidiana aporta un sinnúmero de frustraciones como consecuencia de factores sobre los que tenemos poco o casi ningún control, las personas requieren ejercer cierto manejo de los reveses, los desengaños, las desilusiones y los fracasos. Ser capaz de tolerar cierto grado de frustración posee un valor adaptativo, sin el cual, las personas pueden sentirse presas de la ira, la depresión y la desilusión, exhibiendo conductas que pueden ir de la obsesión y la compulsión a la agresión y la violencia.

Entre las evidencias de la intolerancia a la frustración están la impaciencia al hacer filas o esperar; la desesperación ante el congestionamiento del tráfico; el miedo a perder una cita, el bus o un negocio; insultar, hacer berrinches o protagonizar actos violentos cuando no se obtiene lo que se desea; y, la desesperación o el miedo ante el fracaso.

Por su parte, la capacidad de postergar la gratificación se desarrolla a medida que el individuo crece, y consiste en el aprendizaje de la habilidad de posponer la satisfacción de las necesidades a un tiempo, lugar y circunstancias más apropiados. Al igual que la baja o nula intolerancia a la frustración, las personas pueden exhibir una disminución en su habilidad para postergar la gratificación, lo que hace difícil mantener relaciones sociales y familiares saludables con estas personas. Conductas caracterizadas por la inmediatez en el deseo de lograr la satisfacción de los impulsos, tales como hacer sus necesidades en la vía pública, botar basura en las calles o lugares inadecuados, muchas de las violaciones de tráfico de los conductores panameños, los vicios y las conductas adictivas, algunas de las tardanzas y las ausencias al trabajo, y muchas otras son expresión de esta carencia.

¿Cómo se pueden resolver estos problemas de interacción social y familiar? “Aprendiendo, como dijo Merlín, ...aprender es lo que te conviene”, según Wayne Dyer en Tus Zonas Erróneas. Aprender, primero, a relacionarse adecuadamente consigo mismo, evitando el individualismo y el egoísmo que hacen daño a sus relaciones familiares y sociales, y pueden condenarlo a la soledad, a constantes cambios de humor y a la depresión.

Segundo, pensar en el “nosotros” antes que en el “yo”, comprendiendo que el ser humano es fundamentalmente social, que siempre vive en grupos, generando interacciones, y que conceptos como compartir, solidaridad, consideración por los demás y trabajo en equipo pueden darle otro sentido y significado a su vida.

Finalmente, la tolerancia a la frustración y la habilidad de postergar la gratificación son destrezas personales complementarias que pueden desarrollarse con entrenamiento y disposición de ánimo. Vivir una vida, con sentido y con significado, no implica que ésta estará exenta de problemas, conflictos y preocupaciones sino, por lo contrario, consiste en decidir, pensar y sentir de que, a pesar de los obstáculos, la vida vale la pena de ser vivida.


Articulo publicado en el diario el Panamá América, el 18 de Abril de 2010.

miércoles, 23 de marzo de 2011

El lado oscuro de la sinceridad

FILOSOFANDO LA VIDA
El lado oscuro de la sinceridad
Frente a esta conducta del prójimo, solo puedo aventurar dos explicaciones, una de las cuales es que nos gusta sentirnos superiores a los demás y no reparamos en detalles cuando se trata de mostrar que sabemos más o que estamos mejores que los otros.

Nelson Riquelme Pereira


MAGISTER EN ORIENTACION DE SALUD MENTAL


Se fue directamente a donde estaba, y antes de que pudiera decir cualquier cosa, me dijo: Voy a ser sincera contigo, Riquelme, ¡estás muy gordo! ¡Dios mío! – continuó – si hasta parece que vas a reventar. Te lo digo sinceramente, amigo. A duras penas pude disimular una sonrisa, le devolví una especie de saludo y por señas le indiqué que estaba de prisa y no podía detenerme a conversar con ella.

¡Por qué carajo iba a detenerme!, después de ese despliegue de sinceridad no solicitada. Lo último que querría sería conversar con ella, pues intuía el riesgo inminente de ser nuevamente fusilado por su afilada lengua.

En los últimos años, he vivido varias veces esta situación, a tal punto que he pensado seriamente en la sinceridad como valor o cualidad positiva de la personalidad. De hecho, creo que la sinceridad, como es concebida actualmente por una gran cantidad de personas, encierra una actitud grosera, ruda, descortés, hipócrita y hostil hacia los demás.

Me pregunto ¿por qué en nombre de la sinceridad nos atrevemos a decirle al prójimo cosas que no nos ha pedido que le digamos, en momentos y lugares poco apropiados para este tipo de infidencias y sobre temas que, al fin y al cabo, no son de nuestra incumbencia? Es más, cada vez que una persona nos dice “voy a ser sincero contigo”... Me agacho para esquivar el montón de piedras que me van a aventar.

Frente a esta conducta del prójimo, solo puedo aventurar dos explicaciones: una es que nos gusta sentirnos superiores a los demás y no reparamos en detalles cuando se trata de mostrar que sabemos más o que estamos mejores que los otros. Y dos, que carecemos totalmente de ese tipo de sensibilidad que los psicólogos llaman empatía y que consiste en la capacidad de ponerse en el lugar de los otros.

En todo caso, estas explicaciones convergen en el egoísmo que nos priva de pensar si nuestra sinceridad le conviene a nuestro interlocutor y le hará bien escucharnos y no hacerlo cuando lo único que logramos es la egoísta satisfacción del “se lo dije y en su cara”.

Por tanto, cada vez que quiera ser sincero con alguien piense, ¿solicitó su sinceridad? ¿Es el momento y lugar apropiado? ¿Le incumbe? Y haga un esfuerzo tenaz por mantener su boca cerrada, ya que así podrá evitarle mucha humillación y vergüenza a su prójimo. Se lo digo sinceramente…

Si ocasionalmente corremos el riesgo de que nos humillen y maltraten con la sinceridad no solicitada, es peor cuando pasamos a la ofensiva y somos nosotros quienes pedimos sinceridad a un amigo o conocido. En ese caso, es nuestro interlocutor quien queda perplejo y sin posibilidad de respuesta porque la realidad es que tampoco sabemos pedir sinceridad. Se supone que al pedirle a una persona que nos hable sinceramente, estamos solicitando que esa persona nos diga lo que piensa, lo que siente y, en todo caso, nos relate con justicia y verdad sus opiniones y sus evaluaciones, muy probablemente, sobre algo que hicimos, pensamos o acerca de nuestro comportamiento. ¡Pamplinas!

Lo que queremos es una afirmación, una confirmación de que estábamos en lo correcto. Queremos escuchar, en boca de otro, cuán maravillosa era nuestra idea o cuán acertado estábamos al pensar de tal o cual manera. Indagamos, digo, exigimos que esta persona objetivamente exprese lo maravilloso que es nuestro pensamiento y lo acertada que es nuestra percepción de la realidad.

La solicitud de sinceridad usualmente comienza con frases como “A ver, dígame usted si estoy equivocado o que…” o “qué piensa usted de...” En estos casos, lo mejor es ser asertivo. Decir, manteniéndonos firmes, lo que pensamos y creemos, sin ofender a los demás, sin preocuparnos excesivamente de lo que los otros piensen y sin ofendernos con las respuestas de los demás. Y, usted ¿qué piensa?
Aparecido originalmente en:  Suplemento Día D,  El Panamá America,  Domingo 30 de mayo de 2010.  También fue citado en http://rebeldia-social.blogspot.com/2010_05_01_archive.html

sábado, 19 de marzo de 2011

¿Usted sabe escuchar?

RELACIONES SOCIALES
Saber escuchar puede hacer la diferencia. Dominar el arte de escuchar a los otros puede, inclusive, salvarnos  la vida


Mgter. Nelson Riquelme Pereira
PA-DIGITAL

Era un diálogo sencillamente porque las dos hablaban, pero en sentido estricto, era tan solo un monólogo entre dos, pues ninguna escuchaba. Mientras la señora Ramona relataba que la fiesta de 15 de su hija estuvo espectacular y se afanaba contando los detalles: Que si el maquillaje, que si el vestido fue hecho en... que si el peinado... las damas y los chicos... la música y el baile... que su papá estaba... los regalos... el “after party”...

     En el mismo tiempo y espacio, su comadre Eufemia comenzaba un relato preguntando, sin esperar respuesta alguna, “¿sabes lo que me paso en el súper? Estaba yo comprando las carnes cuando, ¿adivina quien llegó?, el mismo, el descarado ese, fulanito de tal, el muy...” y prosigue con una perorata reflexivo-catártica sin prestar atención aparente a su interlocutora.

     Cuando al fin se separan, hacen un alto para despedirse y se dicen introspectivamente que es bueno hablar con los amigos y conocidos de confianza. Hablar, es bueno, saludable y hasta placentero, hablar. Pero, ¿que hay de escuchar? Las personas tienen la tendencia a no escuchar lo que nos dice la persona con la que hablamos, a hablar en paralelo, simultáneamente; entre otras cosas, porque solo se interesan en su propia historia o porque se va unos pasos por delante pensando en cuál va a ser el argumento de su respuesta.

     No sólo oír, escuchar en el sentido pleno de la palabra. Escuchar activamente lo que significa escuchar bien, con atención y cuidado, tratando de comprender lo que nos dice la otra persona, esperar nuestro turno para intervenir, sin acaparar la conversación, estando presentes no sólo físicamente sino también psicológicamente.

     Para escuchar activamente se debe evitar cometer errores de comunicación que pueden estropear la conversación. Conductas como interrumpir a nuestro interlocutor mientras está hablando, dedicar más tiempo a hablar que a escuchar, distraernos, no prestar la suficiente atención, desconectarnos de la conversación, no elegir el sitio adecuado para la entrevista, prejuzgar el mensaje, interpretar los comunicados desde nuestro punto de vista y dirigir la conversación hacia nuestros intereses.

     Además, debemos evitar realizar preguntas cerradas que impiden el desarrollo de ideas, reaccionar ante lo que creemos que son ataques emocionales o personales, prestar atención sólo a las partes del mensaje que nos interesan, sermonear, mandar, reprochar, dar lecciones o aconsejar, desaprobar, cuestionar o quitar la razón al otro, insultar o despreciar a nuestro interlocutor, ironizar o reírnos del otro o descalificar o subestimar el mensaje.

     Escuchar activamente puede mejorar nuestra relación con las demás personas, pues saber escuchar es un arte y una destreza fundamental en la comunicación que tiene muchas ventajas. Entre otras ventajas, la persona que sabe escuchar obtiene la confianza de los demás lo que, a su vez, promueve apertura y sinceridad, hace sentir a los demás como seres valiosos, logrando de forma barata y sencilla motivar a las otras personas. Además, la persona que tiene habilidad para escuchar crea ambientes relajantes, produce un efecto calmante, tranquilo y sin estrés, lo que a la larga tiene un efecto positivo sobre la salud mental. 

     Más aún, la persona que escucha activamente puede ir al fondo de los problemas, promoviendo aclaraciones y ampliaciones de la información que puede ser importante para actuar con prontitud y realizar las tareas preventivas o correctivas oportunamente, atrayendo para sí el mismo respeto que les prodiga a sus interlocutores, identificando los objetivos y sentimientos de los demás . Por otro lado, al escuchar activamente se puede aprender de las experiencias de los otros, adquiriendo nuevos y enriquecedores conocimientos, reflexionando sobre los mensajes propuestos y confirmando la información recibida.

     En conclusión, las personas con destrezas para escuchar se benefician de tener buenas relaciones interpersonales con los demás, al tiempo que pueden ser asertivas, honestas y solidadarias, mostrando una adecuada autoestima y respeto personal.

Publicado originamente en:  Suplemento Día D.  Panamá América, Domingo 17 de octubre de 2010.







jueves, 17 de marzo de 2011

Ocurre magia cuando sueño

“Si lo puedes soñar, lo puedes hacer”.
Walt Disney



Algo pasa cuando sueño. En mi mente viajo, ando y desando mis preocupaciones fundamentales, recorro mis fantasías que huyen en silencio, desato los monstruos que me han seguido desde el pasado, crucifico en mi memoria los pensamientos piratas que navegaban libres entre mis neuronas despiertas y resuelvo algebraicos y, a veces quijotescos, problemas de creación, soledad y existencia. Sueño, luego soy. 

«Todos los hombres sueñan, pero no del mismo modo,” dijo Lawrence de Arabia, asumo que, aludiendo a las dimensiones de tiempo, lugar y distancia. Agrega, “los que sueñan de noche en los polvorientos recovecos de su espíritu, se despiertan al día siguiente para descubrir que todo era vanidad,” y pueden sentirse abrumados de nostalgia y ansiedad. Pero acota, “más los soñadores diurnos son peligrosos, porque pueden vivir su sueño con los ojos abiertos, a fin de hacerlos posibles». Repito, “a fin de hacerlos posibles”, “hacerlos posibles”, “posibles”. 

Soñar es un proceso mental, psicológico, involuntario en el que se produce una reelaboración de las informaciones contenidas en la memoria, usualmente relacionadas con experiencias vividas por las personas anteriormente. Las experiencias vividas sirven de alimento a los sueños. Soñar es un proceso complejo que introduce a las personas en una especie de realidad virtual poblada de imágenes, sonidos, pensamientos y/o sensaciones, más o menos elaborados, pudiendo inclusive presentar escenas, personajes y objetos, que pueden ocurrir en cualquier fase del sueño, siendo mejor recordados los de la fase MOR, y, por supuesto, los de la vigilia. 

En los sueños cada soñador tiene una percepción y una perspectiva distinta. Como señalara el escritor irlandés, George Bernard Shaw, "ves cosas y dices,"¿Por qué?" Pero yo sueño cosas que nunca fueron y digo, "¿Por qué no?". De manera que, soñar es incursionar en el mundo de lo improbable, de lo absurdo, a través de una rendija abierta en las fronteras de lo posible. Y es en esa dimensión en la cual los sueños, por su accesibilidad a la realidad, son valiosas manifestaciones en la creatividad y en la terapia. 

Los sueños pueden presentar abiertas alusiones en su sentido manifiesto o encerrar profundas alegorías en su sentido latente, según Sigmund Freud, quien fue el primero en el tratar científicamente el análisis de los sueños. O bien, según Carl G. Jung, “el sueño sería la piedra angular, un producto fugitivo del alma, utilizado como manifestación del inconsciente que descubre los secretos ocultos a la conciencia, sería la expresión de un estado de ánimo. El sueño como es soñado, solo será una fachada, pero al aplicar cierta técnica y hacer hablar al sujeto sobre sus particularidades de este sueño se obtiene contenidos y asuntos de importancia personal.” Por cuanto, el sueño es, de acuerdo a Alfred Adler, la “revelación del problema vital de un individuo en forma simbólica.” 

Por todo ello, decimos como Kant que “el sueño es un arte poético involuntario.” Por eso, nos conviene reconquistar la capacidad de soñar y darle a esos sueños la fuerza interminable que proviene de nuestra voluntad, motivación y vivir de acuerdo con nuestras expectativas. Recuerden, siempre recuerden “que el sueño se hace a mano y sin permiso, arando el porvenir con viejos bueyes” (Silvio Rodríguez). Al fin y al cabo, ocurre magia cuando sueño. 

miércoles, 16 de marzo de 2011

Las preguntas a papá

Mgter. Nelson Riquelme Pereira
Psicólogo y orientador en salud mental
“Tengo una pregunta, papá.”  Me dijo mi hija Gloria, mientras se acercaba corriendo hasta donde estaba.  Mi primera intención fue decirle que me dejara llegar a casa, que esperara un poco antes de atacarme con tantas preguntas.  Ya en otras ocasiones había cortado su asalto interrogativo, antes de la primera pregunta.  Sin embargo, esta vez me detuve un instante y le dije: “A ver, pregúntame.”  Y me preguntó, me preguntó, me preguntó hasta que se sintió satisfecha en su curiosidad.  Claro, yo no tenía todas las respuestas que ella buscaba, pero me dio las gracias y regresó a su juego contenta.

En los últimos años, he estado reflexionando sobre el hecho de que las preguntas son fundamentales para los niños.  Son una forma eficiente y directa para obtener las respuestas que requieren.  Las preguntas nacen de su intento de comprender el mundo que observan, de su sed de información y, hasta de su necesidad de contacto y comunicación con los demás, especialmente con los adultos.  Desde muy temprano, los niños comienzan a interrogar a sus interlocutores.  Para algunos padres, los terribles tres caracterizados por el no y el por qué son la cumbre de la actitud interrogativa de los niños.  A partir de allí deviene un proceso intenso que termina eliminando su conducta inquisitiva.  ¿Qué efecto tiene esto sobre el desarrollo de su personalidad y su pensamiento?

Eliminar la conducta cuestionadora de los niños puede tener un efecto directo sobre su desarrollo psicoafectivo y cognitivo .  Puede afectar su confianza en sí mismo, su tendencia exploratoria, su necesidad de saber y obtener información, limitar el desarrollo de sus habilidades intelectuales.  En la escuela, el niño que no pregunta no aclara sus ideas, tiene dificultades para manejar cuestionamientos y para encontrar respuestas, se convierte en un individuo pasivo y conformista.  De adultos, suelen tener dificultades de comunicación y sentir que las interrogantes son formas de agresión.

Las preguntas son la materia prima de todo proceso mental y son la base fundamental de la actitud creativa.  Nuestro cerebro se estimula con las interrogantes y nuestra actividad intelectual se orienta a la solución de cuestionamientos.  Todo lo que conforma nuestro pensamiento suele comenzar como una incógnita a la que buscamos respuestas; estas respuestas, a su vez, dan paso a otras preguntas, a hipótesis, a conclusiones, en fin, a ideas que pueden alimentar o no nuestro estilo de pensar.  Todos los individuos creativos sustentan su actividad heurística en un intenso proceso de auto-interrogatorio y consideran un arte hacerse las preguntas correctas.

Para que el niño aprenda de su actitud interrogativa usted puede seguir las sugerencias que se anotan a continuación:

  • Conteste las preguntas de los niños de manera clara, directa y sencilla.
  • Averigüe de dónde surgió la inquietud del niño.
  • Ofrézcale ideas y datos sobre lugares, libros y material donde pueda encontrar la respuesta que quiere.
  • Cuando no conozca la respuesta, invítelo a encontrar juntos solución a la interrogante.
  • Devuélvale la pregunta con la frase ¿tú que piensas?
  • Construya su respuesta tomando en cuenta lo que él le señala.
  • Ayúdelos a formular preguntas para entender las situaciones, las lecturas, etc.

Los padres y maestros pueden estimular el desarrollo intelectual de los niños fomentando su actitud interrogativa y orientándolos en la búsqueda de respuestas.  Para ello, hay que resistir la tentación de eliminar las preguntas de los niños, hacer a un lado la creencia de que tenemos que estar en lo correcto para poder responderles y aprender a disfrutar de sus interrogatorios como forma de comunicación.