miércoles, 23 de marzo de 2011

El lado oscuro de la sinceridad

FILOSOFANDO LA VIDA
El lado oscuro de la sinceridad
Frente a esta conducta del prójimo, solo puedo aventurar dos explicaciones, una de las cuales es que nos gusta sentirnos superiores a los demás y no reparamos en detalles cuando se trata de mostrar que sabemos más o que estamos mejores que los otros.

Nelson Riquelme Pereira


MAGISTER EN ORIENTACION DE SALUD MENTAL


Se fue directamente a donde estaba, y antes de que pudiera decir cualquier cosa, me dijo: Voy a ser sincera contigo, Riquelme, ¡estás muy gordo! ¡Dios mío! – continuó – si hasta parece que vas a reventar. Te lo digo sinceramente, amigo. A duras penas pude disimular una sonrisa, le devolví una especie de saludo y por señas le indiqué que estaba de prisa y no podía detenerme a conversar con ella.

¡Por qué carajo iba a detenerme!, después de ese despliegue de sinceridad no solicitada. Lo último que querría sería conversar con ella, pues intuía el riesgo inminente de ser nuevamente fusilado por su afilada lengua.

En los últimos años, he vivido varias veces esta situación, a tal punto que he pensado seriamente en la sinceridad como valor o cualidad positiva de la personalidad. De hecho, creo que la sinceridad, como es concebida actualmente por una gran cantidad de personas, encierra una actitud grosera, ruda, descortés, hipócrita y hostil hacia los demás.

Me pregunto ¿por qué en nombre de la sinceridad nos atrevemos a decirle al prójimo cosas que no nos ha pedido que le digamos, en momentos y lugares poco apropiados para este tipo de infidencias y sobre temas que, al fin y al cabo, no son de nuestra incumbencia? Es más, cada vez que una persona nos dice “voy a ser sincero contigo”... Me agacho para esquivar el montón de piedras que me van a aventar.

Frente a esta conducta del prójimo, solo puedo aventurar dos explicaciones: una es que nos gusta sentirnos superiores a los demás y no reparamos en detalles cuando se trata de mostrar que sabemos más o que estamos mejores que los otros. Y dos, que carecemos totalmente de ese tipo de sensibilidad que los psicólogos llaman empatía y que consiste en la capacidad de ponerse en el lugar de los otros.

En todo caso, estas explicaciones convergen en el egoísmo que nos priva de pensar si nuestra sinceridad le conviene a nuestro interlocutor y le hará bien escucharnos y no hacerlo cuando lo único que logramos es la egoísta satisfacción del “se lo dije y en su cara”.

Por tanto, cada vez que quiera ser sincero con alguien piense, ¿solicitó su sinceridad? ¿Es el momento y lugar apropiado? ¿Le incumbe? Y haga un esfuerzo tenaz por mantener su boca cerrada, ya que así podrá evitarle mucha humillación y vergüenza a su prójimo. Se lo digo sinceramente…

Si ocasionalmente corremos el riesgo de que nos humillen y maltraten con la sinceridad no solicitada, es peor cuando pasamos a la ofensiva y somos nosotros quienes pedimos sinceridad a un amigo o conocido. En ese caso, es nuestro interlocutor quien queda perplejo y sin posibilidad de respuesta porque la realidad es que tampoco sabemos pedir sinceridad. Se supone que al pedirle a una persona que nos hable sinceramente, estamos solicitando que esa persona nos diga lo que piensa, lo que siente y, en todo caso, nos relate con justicia y verdad sus opiniones y sus evaluaciones, muy probablemente, sobre algo que hicimos, pensamos o acerca de nuestro comportamiento. ¡Pamplinas!

Lo que queremos es una afirmación, una confirmación de que estábamos en lo correcto. Queremos escuchar, en boca de otro, cuán maravillosa era nuestra idea o cuán acertado estábamos al pensar de tal o cual manera. Indagamos, digo, exigimos que esta persona objetivamente exprese lo maravilloso que es nuestro pensamiento y lo acertada que es nuestra percepción de la realidad.

La solicitud de sinceridad usualmente comienza con frases como “A ver, dígame usted si estoy equivocado o que…” o “qué piensa usted de...” En estos casos, lo mejor es ser asertivo. Decir, manteniéndonos firmes, lo que pensamos y creemos, sin ofender a los demás, sin preocuparnos excesivamente de lo que los otros piensen y sin ofendernos con las respuestas de los demás. Y, usted ¿qué piensa?
Aparecido originalmente en:  Suplemento Día D,  El Panamá America,  Domingo 30 de mayo de 2010.  También fue citado en http://rebeldia-social.blogspot.com/2010_05_01_archive.html

2 comentarios:

  1. Jajajajajaja..... Es muy cierto, aveses queriendo hacer un bien hacemos un mal, iriendo los sentimiento de los demas e invadiendo la privacidad del otro.

    ResponderEliminar
  2. Todas las personas, en una condición mental normal, tenemos la capacidad de procesar pensamientos, por lo cual debemos haber aprendido a valorar si un comentario que emitimos, puede resultar ofensivo, fuera de lugar, inapropiado o desacertado para nuestro interlocutor. Sin embargo, esta valoración, también está sujeta a nuestro nivel educativo, valores, principios y algunos otros factores determinantes de nuestra personalidad y la forma como inateractuamos con nuestro entorno.

    ResponderEliminar