Mgter Nelson Riquelme Pereira
“Me estas estorbando” – me dijo la señora a quien
le acaba de dar mi puesto en el Metrobus. “Jo, no te fijas” -continuo, tratando
de empujarme para hacerme a un lado con un movimiento de hombros, mientras
espetaba una palabra soez que parecía muy natural en su lenguaje. Fue como
darle cuerda. Comenzó una letanía de insultos malamente disimulados que
empezaban con la frase “La gente no...” y se refería al respeto, a la
consideración, a la caballerosidad, a las calamidades. Tratando de contar su
perorata, le ofrecí disculpas, a pesar de que pensaba que no había cometido más
error que darle mi puesto.
No sirvió para nada o tal vez si, porque cambio de
tema. Su nuevo tema iba, más o menos, así: “La gente cree que pedir perdón es
suficiente, m%&, eso no resuelve nada. Qué pasa con daño, qué pasa con el
sufrimiento... pasando a relatar una anécdota a la cual, sin las apropiadas
referencias, no halle ni pies ni cabezas. Sin embargo, que ella contara esta
vivencia que tenía mucha frustración, enojo y odio mal digeridos, hizo que no
dijera sus cuatro verdades, pues a partir de allí entendí que la señora no se
estaba refiriendo a nuestro encuentro. Solo estaba usando ese episodio para
desahogarse.
Aprovechando que la persona que estaba al lado de la señora se paró, me senté a su lado y en tono, que quería sonar amable, le pregunta si estaba bien. Otra vuelta de tuerca al tema. Contestó con un gesto de negación que acompañó con una mirada que le partiría en alma a cualquiera, y comenzó una letanía que hechos y tragedias personales, de infortunios y pesares, de soledades, hijos malagradecidos y abusos familiares.
Aprovechando que la persona que estaba al lado de la señora se paró, me senté a su lado y en tono, que quería sonar amable, le pregunta si estaba bien. Otra vuelta de tuerca al tema. Contestó con un gesto de negación que acompañó con una mirada que le partiría en alma a cualquiera, y comenzó una letanía que hechos y tragedias personales, de infortunios y pesares, de soledades, hijos malagradecidos y abusos familiares.
Yo solo le
escuché, escuché tratando de que la tristeza que irradiaba no me contagiara.
Diciéndole en los momentos en que la voz se le cortaba, que ella me parecía muy
fuerte. La escuché desde los Pueblos hasta la Vía España a la altura de los
juzgados de familia, porque según me dijo estaba citada para un asunto que
tenía que ver con sus nietos. Al prepararse para bajarse suspiró profundamente,
me miro a los ojos por primera vez y me dio las gracias sin mayores
explicaciones.
Reflexioné también acerca de ¿cuantas veces resulta
mejor no confrontar a las personas que aparentemente nos están atacando? Se
necesitan, al menos, dos personas para una disputa o un mal entendido. Las
personas no pueden discutir solas. A veces se requiere solo un evento
desencadenante y un caldo de cultivo para provocar una tragedia y, por otro lado,
contar con una persona dispuesta a escuchar atentamente, en lugar de dispuesta
a agredir, puede obrar maravillas sobre nuestro estado de ánimo.
Esta
experiencia me dio cuerda para muchas más reflexiones. Pensé además en que este
es parte del trabajo de sacerdotes, religiosas, pastores, psiquiatras y, sobre
todo, psicólogos. Profesionales de las ciencias de la ayuda que se dedican a
proveer servicios de atención educativa, psicológica y/o espiritual para
prevenir y tratar el malestar o sufrimiento de las personas, ayudarles en su
crecimiento personal y social de manera que puedan mantener su salud mental y
social en óptimas condiciones. ¿Y a ti qué reflexiones te provoca?
Este articulo apareció en mi Facebook Nelson Eric Riquelme Pereira
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