sábado 24 de septiembre de 2011 - 12:00 a.m.
Nelson Riquelme
MGTER. EN ORIENTACIÓN EN SALUD MENTAL.
Redacción digital
El señor Andrés y la señora Carolina todavía
caminan tomados de la mano. De vez en cuando, ella le roza la mejilla y le
acaricia el escaso cabello con cierta ternura. Él, por su parte, le toma las
dos manos en una actitud que denota cariño y le besa en la boca. Y aunque
frecuentemente pueden anticiparse a lo que están pensando, cuando están juntos
conversan animadamente de cuanta cosa ocurre a su alrededor, de lo que sienten
y de lo que piensan. En marzo cumplieron cincuenta y tres años de matrimonio y
lo celebraron en compañía de sus tres hijos.
Interrogados por su hijo mayor, Andrés Jr.,
recientemente divorciado, sobre lo que hay que hacer para que el amor perdure
tanto tiempo, contestaron: ‘En principio, como nos amábamos, decidimos tener
una vida juntos, un proyecto de vida basado en el respeto mutuo. Decidimos
hacer frente a nuestros problemas juntos, comunicándonos todo en todo momento.
Decidimos que si peleamos no nos acostaríamos hasta haber resuelto nuestros
asuntos, al principio tuvimos varias trasnochadas hasta que decidimos aceptar
nuestras virtudes y nuestros defectos, aprender a vivir con ellos y evitar la
tentación de tratar de cambiarnos.
Nunca’ y ‘siempre’ estaban vedados en nuestro
vocabulario y, sin embargo, procuramos ‘siempre’ ofrecernos muestras de cariño
y casi ‘nunca’ nos lanzábamos epítetos hirientes u ofensivos. Al principio nos
amábamos como locos, luego nos tranquilizamos y regularmente atizábamos nuestro
fuego, entregándonos desenfrenadamente al amor y al sexo. Procurábamos que el
fuego no se apagara. Gozamos de una relación íntima, tan íntima que vivíamos
para nosotros y no dejamos que nada ni nuestros hijos, ni los problemas se
interpusieran entre nosotros, todo lo conversábamos. El dolor o el placer de
uno, era de los dos.
Desde que nos casamos tuvimos en mente que el
matrimonio era para toda la vida. Que juntos teníamos que luchar por salir
adelante, no importaba cuál problema tuviéramos. Y vaya que hemos tenido
problemas, desavenencias y conflictos. Pero, como el divorcio no estaba en
nuestra agenda o pensamiento, sabíamos que los teníamos que afrontar y que si
trabajábamos unidos los podríamos superar juntos’.
Reflexionando, sobre lo que me comentaba Andrés
Jr., me acordé de que, según Robert Sternberg, el amor verdadero o consumado
tiene tres componentes fundamentales que son la pasión, la intimidad y el
compromiso. La pasión se entiende como el deseo intenso y la necesidad
acuciante por la otra persona, por estar con la otra persona; la intimidad se
refiere al grado o nivel de los vínculos, del acercamiento y la conexión con la
otra persona; mientras que el compromiso implica las decisiones pertinentes al
amor y a las tareas que favorecen su mantenimiento de la relación. Los tres
componentes deben aparecer en dosis adecuadas, en equilibrio y se distingue de
otros tipos de amor, basados en dos o en un solo elemento.
Por ejemplo, del amor romántico, que se tiene al
principio de la relación de pareja, se caracteriza por una pasión desbordante y
una intimidad creciente, pero carece de compromiso; el amor fatuo y formal,
posee pasión y compromiso, pero no tiene intimidad; mientras que el amor
sociable posee intimidad y compromiso, pero le falta pasión. Por otro lado, el
amor sin compromiso y sin intimidad, tan solo pasión no pasa del
encaprichamiento; el amor sin intimidad y sin pasión, solo compromiso, está
vacío; y el amor que no posee pasión ni compromiso, solo intimidad, no pasa de
ser un simple cariño.
Señala este autor, que el amor es algo vivo y que
por tanto puede haber un patrón o secuencia en el desarrollo del amor; por lo
que se entiende que muchas parejas podrían comenzar una relación sin nada de
amor, con el tiempo, a medida que crece la cercanía pasa al encaprichamiento,
solo pasión, sin intimidad ni compromiso; más tarde puede tener lugar el amor
romántico, en la medida que se añada intimidad a la pasión; y, finalmente, amor
consumado o verdadero, cuando la pasión y la intimidad reciben el complemento
del compromiso.
De esto se puede interpretar que dos elementos
hacen parte del amor y pueden ser un paso, pero no son el amor verdadero. Tal
es el caso del amor romántico, el cual suele confundirse con el verdadero amor
o el caso del amor sociable que puede considerarse erróneamente con el amor
maduro y estable. El ciclo del amor implica que la pasión eventualmente
disminuye; sin embargo, la intimidad, el cariño y el compromiso aumentan con el
paso del tiempo.
Por lo tanto, hay que cultivar el amor, hay que
construir el amor, teniendo dosis adecuadas y equilibradas de estos tres
componentes (pasión, intimidad y compromiso). Cultivar el amor o construir el
amor significa que hay que mantenerse amorosamente en forma, tener sexo
regularmente, mantener la ‘chispa de la ilusión’, evitar la monotonía,
expresarse cariño mutuamente, reírse juntos, cuidar de los hijos en armonía,
hacer cosas unidos, resolver los problemas juntos, acompañarse y apoyarse en la
dificultades, disfrutar de la mutua compañía, tener un proyecto de vida juntos,
cuidarse para la otra persona, comunicarse constantemente y respetar el espacio
personal mutuo.
En fin, el amor verdadero no es una gracia
inmerecida sino, todo lo contrario, es fruto del cultivo constante de una
relación que merece cuidado y atención, la cual si está sólida y consolidada
puede ayudarnos a sortear muchos avatares de la vida, proveyéndonos de muchas
satisfacciones en la vida; por el contrario si la relación está débil y
maltrecha no soportará ni siquiera la menor tormenta de invierno, siendo motivo
de ansiedad y tristeza. El señor Andrés y la señora Carolina son un ejemplo del
amor verdadero y a esta altura de su vida saben cómo lo lograron.
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