Nelson Riquelme Pereira
PSICÓLOGO
Redacción digital
¿Sabes
Nelson?, yo no pienso que las cosas podrán ser mejores’ —me dijo la Señora
Beatriz, mientras lloraba desconsolada— ‘no veo ni la luz, ni el camino’
—continuo—, ‘creo que he hecho todo lo que estaba a mi alcance, estoy tan
cansada, tan aburrida de esta situación’. Le pregunté, ‘entonces ¿usted ha
perdido la esperanza?’ Me contesto, con la cara más triste que recuerdo haber
visto, ‘¡Esperanza! ¿Qué es la esperanza? ¿Cómo puedo tener esperanza mientras
el mundo se derrumba ante mí?’.
Mientras pensaba cómo contestarle, recordé una frase de Erich Fromm que dice que ‘la esperanza es un estado mental, una forma de ser. Es una disposición interna, un intenso estar listo para actuar’. Por tanto, le dije que tener esperanzas no es adoptar una actitud pasiva, esperando que las cosas ocurran simplemente por azar, resignación o destino. Por el contrario, tener esperanzas requiere una espera activa, una preparación constante para afrontar la realidad y un trabajo diligente en el camino de lo que se aspira, en especial, ‘cuando el objeto de ésta no es una cosa sino una vida plena, un estado de mayor vivacidad, una liberación del eterno hastío, o cuando se persigue, para usar un término teológico, ¿la salvación?, o empleando uno político, ¿la revolución? ¿Social o personal?’.
Le dije que la esperanza tiene el poder de agregarle sal y sabor a la vida y que esta no solo debe sentirse como una emoción grata sino que también debe cultivarse como una actitud, en la cual el positivismo, la energía vital y la alegría de vivir juegan un papel determinante. Agregué que este tipo de esperanza lleva a ponderar el esfuerzo vivencial de las personas como un valor humano y espiritual psicológicamente necesario e importante para el mantenimiento de la salud mental.
En este sentido, es fundamental reconocer que la esperanza tiene una relación estrecha con la fe, porque, como dice Rubén Blades, en su canción Creencia, ‘en algo hay que creer. Por algo hay que vivir, pues sin razón de ser no hay caso. Cuando se tiene fe, desde su cúspide, se ve más allá del fracaso’. La esperanza tiene mucho que ver con el significado que le damos a las cosas, a las experiencias y a las vivencias que constituyen la existencia humana.
Es más, le cité otra vez a Rubén Blades, cuando dijo que ‘la esperanza se hace amarga, pero no desaparece’. Sugiriendo que a la esperanza hay que buscarla, encontrarla o rescatarla a como dé lugar, pues muchas veces se encuentra agazapada en un rincón recóndito del corazón, acurrucada en un reducto insondable del pensamiento o camuflada en un suave y tenue brocado de la conciencia. Pero no muerta o desaparecida, porque su muerte o desaparición implicaría la extinción del espíritu humano.
A su pregunta de ‘¿cómo podía tener esperanza mientras el mundo se derrumba ante ella?’. Le contesté, ‘¿no será que usted se concentra más en lo que se destruye que en lo que se construye? Observe que por cada puerta que se cierra, usualmente hay una que se abre. Observe que la vida está hecha de millones de momentos, algunos amargos, otros felices, momentos vividos de mil maneras distintas o diferentes’; y dado que la vida es tan compleja, quizás, estamos encontrando lo que buscamos.
Por eso, el primer paso para mantener la esperanza despierta es establecer lo que se quiere y luego crear un mapa, un camino o formular los objetivos necesarios para conseguirlo, y por otro lado, dedicar la fuerza, la motivación y la disciplina que ayudan a seguir ese camino. Es decir, para tener esperanzas hay que desarrollar metas personales y tener voluntad de acción y espíritu para llegar a ellas, porque ‘si uno sabe lo que quiere de la vida y tiene las ganas de perseguirlo, entonces tiene esperanza’.
Además, vivir con esperanzas no implica que los problemas dejarán de existir. Siempre habrá algo que resolver, algo que requiere corrección, algún mal o enfermedad que curar, algún dolor físico o emocional que sanar o afrontar. En estos casos, la esperanza es la forma más exacta y realista de encontrar soluciones, pues da la confianza de saber que los problemas, situaciones, necesidades, heridas no son eternas, que con esfuerzo y voluntad podemos superar todos los obstáculos.
Al final de la conversación le cité un pasaje de las Sagradas Escrituras, 1 Corintios 9:10, en el que se lee ‘... porque con esperanza debe arar el que ara, y el que trilla, con esperanza de recibir el fruto’. Me despedí y dejé a la señora Beatriz pensando, con la esperanza de que recuperará su esperanza.
Le dije que la esperanza tiene el poder de agregarle sal y sabor a la vida y que esta no solo debe sentirse como una emoción grata sino que también debe cultivarse como una actitud, en la cual el positivismo, la energía vital y la alegría de vivir juegan un papel determinante. Agregué que este tipo de esperanza lleva a ponderar el esfuerzo vivencial de las personas como un valor humano y espiritual psicológicamente necesario e importante para el mantenimiento de la salud mental.
En este sentido, es fundamental reconocer que la esperanza tiene una relación estrecha con la fe, porque, como dice Rubén Blades, en su canción Creencia, ‘en algo hay que creer. Por algo hay que vivir, pues sin razón de ser no hay caso. Cuando se tiene fe, desde su cúspide, se ve más allá del fracaso’. La esperanza tiene mucho que ver con el significado que le damos a las cosas, a las experiencias y a las vivencias que constituyen la existencia humana.
Es más, le cité otra vez a Rubén Blades, cuando dijo que ‘la esperanza se hace amarga, pero no desaparece’. Sugiriendo que a la esperanza hay que buscarla, encontrarla o rescatarla a como dé lugar, pues muchas veces se encuentra agazapada en un rincón recóndito del corazón, acurrucada en un reducto insondable del pensamiento o camuflada en un suave y tenue brocado de la conciencia. Pero no muerta o desaparecida, porque su muerte o desaparición implicaría la extinción del espíritu humano.
A su pregunta de ‘¿cómo podía tener esperanza mientras el mundo se derrumba ante ella?’. Le contesté, ‘¿no será que usted se concentra más en lo que se destruye que en lo que se construye? Observe que por cada puerta que se cierra, usualmente hay una que se abre. Observe que la vida está hecha de millones de momentos, algunos amargos, otros felices, momentos vividos de mil maneras distintas o diferentes’; y dado que la vida es tan compleja, quizás, estamos encontrando lo que buscamos.
Por eso, el primer paso para mantener la esperanza despierta es establecer lo que se quiere y luego crear un mapa, un camino o formular los objetivos necesarios para conseguirlo, y por otro lado, dedicar la fuerza, la motivación y la disciplina que ayudan a seguir ese camino. Es decir, para tener esperanzas hay que desarrollar metas personales y tener voluntad de acción y espíritu para llegar a ellas, porque ‘si uno sabe lo que quiere de la vida y tiene las ganas de perseguirlo, entonces tiene esperanza’.
Además, vivir con esperanzas no implica que los problemas dejarán de existir. Siempre habrá algo que resolver, algo que requiere corrección, algún mal o enfermedad que curar, algún dolor físico o emocional que sanar o afrontar. En estos casos, la esperanza es la forma más exacta y realista de encontrar soluciones, pues da la confianza de saber que los problemas, situaciones, necesidades, heridas no son eternas, que con esfuerzo y voluntad podemos superar todos los obstáculos.
Al final de la conversación le cité un pasaje de las Sagradas Escrituras, 1 Corintios 9:10, en el que se lee ‘... porque con esperanza debe arar el que ara, y el que trilla, con esperanza de recibir el fruto’. Me despedí y dejé a la señora Beatriz pensando, con la esperanza de que recuperará su esperanza.
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