sábado 16 de julio de 2011 - 12:00 a.m.
Nelson Riquelme Pereira
MGTR. EN ORIENTACIÓN EN SALUD MENTAL
Redacción digital
online@laestrella.com.pa
En una reunión de amigos, Carlos contaba que él
había hecho un viaje en auto, solo, durante siete horas y ni siquiera se le
ocurrió encender el radio del coche para escuchar música o noticias. Iba tan
entretenido con sus pensamientos que el viaje se le hizo corto. Lola, que lo
escuchaba atentamente, señaló que ella se hubiera vuelto loca, totalmente loca,
sin nada que escuchar o alguien con quien hablar, porque ella no soporta el
silencio, no tolera estar sola ni resiste estar sin radio, televisor o algo o alguien
que haga ruido.
Pensé, hay tantas Lolas que no entienden que el
silencio es necesario, que es parte del lenguaje, de la música, del
pensamiento, del sonido y hasta del espíritu. Hay tantas personas que se afanan
por meterse ruido en la mente y en el alma, lo que les impide ver con claridad
las cosas. Personas que temen al silencio, porque frente a este están desnudos
mente adentro, corazón adentro y no tienen más remedio que pensar y sentir sin
obstáculos ni excusas y esto los abruma y desespera.
En el silencio habitan muchas de nuestras
capacidades y virtudes, como pensar sin lenguaje, moverse sin alas, piernas ni
pies, percibir sin ojos, oídos, olfato, gusto o tacto, disfrutar las cosas sin
perturbarlas y observar la realidad de las personas y de uno mismo desde una
distancia personal subjetiva, pero edificante y necesaria.
En el silencio también habitan la comprensión, la
compasión y el amor. Esa mirada que comprende todo, ese oído que escucha las
palabras que no hemos dicho y ese corazón que palpita al unísono del nuestro se
alimenta del silencio. Por eso entendemos tan bien cuando J. L. Perales dice en
una canción ‘me miras y el universo de tus ojos me lo cuenta todo’...
Ahora bien, para disfrutar del silencio no hay que
dejar de hablar o enmudecer, porque el silencio no es igual a mutismo y no vale
que solo acallemos la voz exterior. El aprecio del silencio parte del cultivo
del silencio interior. Los grandes sabios señalaban que ‘la verdad solo se
puede conocer en absoluto silencio’...
Y es que cuando somos capaces de entender que el
silencio no solo no es malo sino que es necesario, y que permanecer sin hablar
no dificulta la continuidad de nuestra existencia sino que, por el contrario,
nos fortalece, es cuando abrimos la puerta a un nuevo estado del ser y
entonces, desde ese estado, podemos conocer en profundidad la realidad que nos
anima a vivir.
Y comprender el papel que juega el silencio en
nuestra mente, conciencia y personalidad, en nuestra vida psicológica, tiene un
efecto psicoterapéutico, porque el silencio nos ayuda a procesar las emociones
y a enfrentar las ansiedades a las que nos expone el diario vivir. En el
silencio podemos hallar soluciones a los problemas que nos aquejan y encontrar
respuestas a las situaciones que nos plantea la existencia humana.
Por lo tanto, comprendiendo las implicaciones y
ventajas del silencio, el poder que tiene para devolvernos el disfrute de la
belleza y la armonía, la capacidad restauradora sobre la ira, el orgullo y
todas las emociones negativas, cultivemos el silencio, simplemente entremos en
la paz del silencio, ‘calmemos ese mar de deseos, ese mar de ilusiones, dejemos
que la calma nos invada, dejemos que el silencio nos posea, en ese momento lo
viejo desaparecerá y lo nuevo nacerá en nosotros’.
Porque al dejar que el silencio entre a nuestra vida, que nos cure de temores y ansiedades, en ‘la inmensidad del silencio podremos escuchar la voz de nuestro Dios dentro de nosotros llamándonos a vivir plenamente, llamándonos para darnos a conocer todos los misterios del universo y de nosotros mismos’. Recobremos el perdido encanto del silencio e incorporémoslo a nuestra vida para que podamos comprender a plenitud lo que significa estar vivo.
Porque al dejar que el silencio entre a nuestra vida, que nos cure de temores y ansiedades, en ‘la inmensidad del silencio podremos escuchar la voz de nuestro Dios dentro de nosotros llamándonos a vivir plenamente, llamándonos para darnos a conocer todos los misterios del universo y de nosotros mismos’. Recobremos el perdido encanto del silencio e incorporémoslo a nuestra vida para que podamos comprender a plenitud lo que significa estar vivo.
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